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El arte como reproductor de vida



¿Por qué adquirir una obra de arte? ¿Por qué asistir a exhibiciones? ¿Por qué adornamos nuestra casa y nuestros espacios íntimos con arte? Porque en el fondo de la obra de arte subyace una esencia primaria que nos hace, con una mirada, experimentar la vida. Sin embargo, hemos agregado tantas otras funciones al arte que por momentos se nos olvida o nos es más difícil llegar a ese reconocimiento. Hablemos del arte en sus intercambios más simples y de manera muy general.

Usualmente, cuando hablamos de una obra de arte, inmediatamente comenzamos un ejercicio de intelectualización; es decir, que analizamos los distintos componentes de la obra, en búsqueda de su significado. Intentamos figurar lo que pensó el artista, la situación en la que estaba, la razón política, etc… Y hacemos esto porque estamos acostumbrados a escuchar ese tipo de preguntas de boca de la gente que atiende a las galerías y de aquellos que son expertos y hablan del arte en distintos medios. Y claro que esto tiene sentido puesto que de eso se trata el campo disciplinario del arte, de emprender ejercicios rigurosos y analíticos con el objetivo de continuar con la construcción de teorías del arte, inter y transdisciplinarias.

Sin embargo, este tipo de ejercicio no nos corresponden a todos, pero lo intentamos porque nos hacen pensar que es así como se tiene que ver el arte y no nos damos cuenta de que cuando estamos de frente a una obra, lo que experimentamos, es algo más profundo, algo que va más allá de la obra y del artista y que aplica para todos, tanto para aquellos quienes construyen las obras y las teorías como para aquel espectador que desconoce del arte… Y es que a través del arte experimentamos la vida, porque el arte es también la apertura a la consciencia de la vida propia, de la propia subjetividad.

Desde este punto de vista y como sugiere Ramón Xirau (1953), el arte surge como una necesidad de expresar aquello que experimento en mi cotidianeidad y que me recuerda que estoy vivo. Es decir que el arte contiene la vida que me entra por los sentidos: el calor, el sabor, la alegría… todo aquello que percibo con mis ojos, que palpo con mi vida. El arte, es presencia, sentido de nuestra realidad que se explica con ciertos hechos concretos, con lenguajes plásticos y lenguajes literarios que adquieren unidad en una pieza y que alcanza su fin último en el impacto que puede ofrecer sobre cada persona.

Así que cada obra es una constelación de comunicación que se reconfigura a los ojos de cada espectador. Solo así, en términos de comunicación intuitiva, su contenido tiene valor y significado y este cambia dependiendo de la experiencia vivida del que lo observa. Para algunos tendrá sentido la combinación de ciertos colores; para otros, la expresión de la línea abstracta y hay los que necesitan de una figura clara y reconocible para poder vincularse con la pieza, todo depende de la forma propia en que nos relacionamos con la vida. Por ello, lo importante aquí es poner atención a los aspectos que muchas veces no podemos nombrar de una obra y que también, muchas veces no alcanzamos a ver por estar sumergidos en la prisa y las angustias de la vida práctica, pero son los aspectos que indudablemente nos hacen sentir, saber y experimentar que estamos vivos.

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